Desde una profunda bonhomía digna de Rousseau, uno podría suponer que la aparición de una aplicación como OnlyFans no tendría por qué estar asociada a una conducta perniciosa: sencillamente facilita prestar vídeos a cambio del dinero de tus ‘fans’. Si eso deriva en que la industria del porno se traslade de la web a los clips eróticos a lo largo de el confinamiento, jamás se podría achacar a la naturaleza del servicio. Igual que pasa con un cuchillo, con la capacidad de trocear la comida o de matar a un ser humano, OnlyFans no es malo en sí mismo; el inconveniente es que en la sociedad de hoy era difícil ofrecerle otra salida más allá del contenido subido de tono. ¿O no?
Pues por bastante que les moleste a los defensores del canis canem edit, si algo demostró la pandemia es que el hombre es con la capacidad de editar una utilidad probablemente dañina (solo es necesario tener un dispositivo móvil y ingreso a una tarjeta de crédito, incluida la de tus padres) en un líder cultural. Y la situacion de OnlyFans o es paradigmático: en una era donde los gurús tecnológicos se acostumbran desentender de las secuelas legales o morales de sus producciones (véase Facebook y la situacion de Cambridge Analytica), es simple suponer que a los causantes de OnlyFans les otorga precisamente igual llevar a cabo caja con sesiones eróticas que con recetas de cocina directamente. Por suerte, no es de esta forma.
Desde que comenzara la pandemia, uno de los sectores más damnificados fué el de la música directamente, un sector que tiene dentro a cientos de trabajadores de cumlouder enfrente y detrás del escenario: ajeno del artista o grupo mencionado, una de las considerables reivindicaciones del área es el reconocimiento de derechos laborales concretos y la construcción de una categoría profesional para todo el que que participe de la industria del show directamente, así como llevan denunciando ya hace meses actores como la Federación de la Música en España (EsMúsica) o nombres consagrados como Manolo García o Nach, que días atrás exponían el inconveniente en ‘Late Motiv’, en una charla con Andreu Buenafuente.
Es un círculo vicioso: sin música directamente, los artistas, las caras más reconocibles para el enorme público, se quedan sin unos capital que, por ejemplo cosas, se usa para abonar a músicos, montadores, cargadores, iluminadores, cámaras, encargados de efectos, conductores… y un sinfín de personas que viven de la música. Y, en medio de una pandemia, con los recitales y festivales pospuestos indefinidamente, se quedan sin otra fuente de capital. Por eso, varios artistas a nivel mundial comenzaron desde el confinamiento a abrirse cuentas en OnlyFans para prestar recitales en streaming: por un lado, se utiliza para recobrar parte de esos capital perdidos; por otro, facilita a los fanáticos gozar de música directamente.
Y no solo en España. Porque aunque en nuestro estado se haya desarrollado una corriente paralela de individuos conocidos que lo usan para ofrecer clases de yoga, de póker o de manera directa vídeos subidos de tono, OnlyFans se ha solicitado ultimamente de publicitar su faceta cultural, consciente de su fuerza para conectar con un público más joven y dispuesto a abonar por contenidos culturales: «Durante la pandemia del COVID-19, las artes fueron un salvavidas para bastantes. Pero con los recitales, proyectos de teatro y toda clase de eventos en directo eliminados de la mesa, si tus capital dependen de las artes escénicas, es viable que estés pasando un mal instante».
Por eso, desde meses atrás OnlyFans asesora a quienes quieren prestar música o teatro directamente, para que controle cada aspecto posible: desde el valor mínimo para ver un contenido hasta la oportunidad de llevar a cabo actuaciones conjuntas con otros artistas, cada uno en su casa. Algo principalmente usado a lo largo de el confinamiento riguroso, de hecho. Sea como fuere, el primordial reclamo es el de ser uno de los pocos niveles libres a lo largo de la crisis del COVID-19 y, por eso, un canal más para hacer monetizable los contenidos. Unos conceptos, aceptémoslo, algo raros para los músicos. Pero quizás no les quede más remedio que hacerse a ellos, por lo menos mientras dure la pandemia.
El modelo es semejante al que han seguido los enormes teatros de Londres ultimamente, aunque en la situacion de algunos como el National Theatre se comenzó optando por un modelo de donación (con representaciones gratis y directamente en Youtube) a uno de pay per view, a unas 13 libras el visionado en uso contínuo. A lo mejor, la más grande distingue con España es que el público de Inglaterra, habituados a abonar por la civilización en todas sus variedades, ha recibido de buena gana abonar inclusive más (habida cuenta de que no es un show directamente como tal) para proteger al teatro y a todos los que lo hacen viable. Cabe preguntarse qué pasaría en España si un artista pidiese 15 euros por cabeza por ver un concierto musical en uso contínuo.